Artista Compositor y Cantante (Honduras)

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viernes, julio 26, 2013

Pescado fresco en La Ceiba

Por Guillermo Anderson
Fue en el barrio conocido como “La Barra” de La Ceiba, cerca de la antigua barra del Rio Cangrejal de La Ceiba  que me familiaricé con los pescadores, los cayucos y los nombres de los peces. ¡No es así no másque hablo de “calales” en una canción!  Mi padre es un entusiasta de la pesca y responsable de mi fascinación con el mar. Cuando yo era un niño, uno de sus placeres  era, después del trabajo, ir  a “La Barra,”  sentarnos en los cayucos embrocados en la playa y conversar con los pescadores sobre la pesca ese día hasta que caía el sol; Se hablaba sobre que especies se habían capturado, que peces se les habían escapado, el viento, la marea. Unos buenos años de mi infancia y adolescencia pasé de esa forma  mis tardes, jugando con la arena o correteando en la playa con los niños del lugar, viendo el mar y escuchando historias. 
Fue mi hermano, que me hizo notar ya sendo adultos, que es de allí que ambos  tenemos la costumbre de no estar tranquilos si estando en La Ceiba no vemos el mar todos los días. Yo mismo no había reparado en ello.


 Ir a la playa a la hora del regreso de los pescadores (llegan justo antes de la hora  el almuerzo)  es un ritual en peligro de extinción no solo en este puerto sino que en muchos lugares del mundo donde la pesca industrial indiscriminada ha hecho desastres  con la vida marina. Las historias de crueldad y de abuso y aniquilación de especies en las redes son indignantes y conmovedoras.





Quizás esto es algo que mis nietos no lograrán ver: Llegar a la playa cuando los pescadores son todavía  puntitos  en el mar. Verlos acercarse lentamente con sus velas de manta y sentir la curiosidad de todos los que esperamos por ver que han capturado. Ver como los hombres del vecindario empujan  el cayuco a la playa y asomarse a ver el tesoro. A veces es emocionante, a veces es decepción. Nuestro día no fue muy bueno  y hay clientes que cuando la captura es poca tienen preferencia.



No puedo evitar observar  a los capitanes de los dos cayucos que han llegado “La Gaviota y “El Huracán”. Su rostro de viejos lobos de pesca  y conocedores del viento, la marea y lectores atentos de la escritura del cielo cuando anuncia buen tiempo o temporales; Su piel endurecida por el sol,  pies que no imagina uno calzados, pantalones arremangados, brazos que alguna vez tuvieron músculos suficientes para no necesitar a dos hombres que ayudaran a subir el cayuco a la playa; Esa serenidad en los ojos que solo  el  mar y la soledad del oficio  pueden dar.



“El Huracán “ y “Gaviota” se asemejan en personalidad a los capitanes. Viejos cayucos con arrugas,   huellas del mar y del tiempo en la madera. Huellas que sobresalen a pesar de lo coqueto que han pintado  recientemente a “La Gaviota” .




Cayucos de troncos de maderas preciosas  tallados por diestros y antañones artesanos . Árboles y oficio  en vías de extinción. Cada vez vemos más cayucos plásticos  lo cual esperamos signifique salvar un también de las garras de los cortadores ilegales.       



Los pescadores del barrio  Miramar han llegado, vendieron el poco pescado que trajeron. Sus hijos no llegan a recibirlos, sus nietos están en la escuela o jugando video juegos. Son de una época que anuncia a gritos no solo que está terminando sino que quiere terminar.




Unas cuantas sierras y unos jurelitos es lo que ha captrado los dos  pescadores. Lo único inusual es que el pescador del “Huracán” sacó una manta raya. Dice que su suegra le enseño como cocinarla y que es sabrosa. Ha vendido las sierras  jureles y ha dejado los filetes la manta raya para su casa.



 El pescador del “Huracán” ha sacado una modesta sarta de jureles y sierras y las vende todas de una vez a un cliente preferencial. Casi nada – le dice  a uno de los que buscaba comprar –Pero no me importa, a mi me encanta salir – y repite – ¡me encanta! No sé por qué la confesión en ese momento pero que bueno haberla escuchado para haberla escrito aquí.  Los pescadores  cargan en hombros los remos  y se pierden entre las calles de tierra del barrio.





Yo sigo siendo de alguna forma el niño que llega a sentarse por las tardes a escuchar pláticas sobre jureles, sierras, mareas, viento y la forma de las nubes. Lo que fue gracias a mi padre, un entusiasta de la pesca, una
escuela después de la escuela.        

 


1 comentario:

Anónimo dijo...

Lo felicito por este artículo tan lindo! que me ha causado nostalgia, me transporte por unos minutos... muchas gracias.